Instituto de Estudios de las Finanzas Públicas Americanas

  • La industria que supimos conseguir

UNA HISTORIA DE DESARROLLO DEPENDIENTE


Por Claudio Scaletta, Economista y periodista, en El Diplo, Edición Nro 208 - Octubre de 2016

 

La industria nacional ha enfrentado a lo largo del tiempo, con suerte dispar, diferentes obstáculos. La experiencia muestra que, sin la conducción y la planificación del Estado, no hay desarrollo, una convicción que no parece prioritaria para el gobierno actual. 

De qué hablamos cuando hablamos de industria argentina? La respuesta parece obvia y podría responderse rápidamente mirando el Estimador Mensual Industrial del Indec. Sin embargo, se habrá comprendido poco. Si lo que importa son los problemas y potencialidades del desarrollo industrial, la mejor manera de entenderlos es en su devenir histórico, que a su vez exige considerar como dato central la dialéctica permanente entre las limitaciones internas y los acontecimientos del mercado mundial. Sólo así será posible hacerse una idea de las características de la industria nacional y los desafíos que enfrenta bajo el gobierno del PRO.

 

Apéndice agrario

Durante la consolidación del Estado Nacional y después la economía creció de manera constante sobre la base de la súper productividad de la Pampa. Entre 1880 y 1930 la población se multiplicó por cinco, el producto por diez y las exportaciones primarias por doce. La reproducción casi espontánea del ganado y la siembra de tierras fértiles riquísimas en nutrientes se tradujeron en una expansión constante del producto, crecimiento que fue acompañado por un significativo incremento del ingreso per cápita.

La apropiación latifundista de la tierra previa a la misma colonización marcó una gran diferencia con respecto a otras economías de carácter similar, como las siempre mentadas Canadá y Australia. Esto determinó un modelo de ganadería extensiva en grandes estancias y una agricultura en la que la figura preponderante fue la del colono arrendatario. La expansión continuó mientras resultó posible extender la frontera agrícola pampeana. Como el proceso coexistió con una política de promoción de la inmigración, el aumento de la población contribuyó, ya sobre el final del período, a frenar el ingreso per cápita. Los límites del modelo fueron internos y externos. Aparecieron con la frontera agrícola y con la crisis de los mercados de destino, cuya manifestación formal y concreta fue el pacto Roca - Runciman de 1933.

En esta etapa, las manufacturas emergentes estuvieron ligadas al desarrollo del transporte de las materias primas a los puertos, es decir al mantenimiento del ferrocarril, y a una escasa “integración hacia arriba” a partir de la producción primaria. En su trabajo pionero, Adolfo Dorfman retrataba que los frigoríficos, las productoras de cerveza, las fábricas de galletitas, los talleres ferroviarios y las metalúrgicas se concentraban en la zona sur de la Ciudad de Buenos Aires (1). Menos concentrados territorialmente estaban los primeros talleres textiles, los saladeros y los molinos. Los bienes de capital se compraban en el exterior. El poco integrado interior era la tierra de los ingenios azucareros y las bodegas. Tales fueron las primeras “ramas industriales”.

El crecimiento económico y su derrame generaron demanda interna, pero estuvo lejos de ser aprovechada. Para el capital de entonces las ganancias agropecuarias fáciles funcionaron como desaliento para la actividad manufacturera, que a la vez debía ser capaz de competir con una industria importada favorecida por la política comercial. De acuerdo a un censo de 1913, la industria alimenticia abastecía al 37% de la demanda interna, la textil al 17 y los metales y maquinarias al 12. No obstante, hacia el Centenario de Mayo la clase obrera ya era parte del escenario urbano.

Para la década del 20 se habían consolidado en el interior la industria azucarera y bodeguera, mientras que en Buenos Aires se encontraban los grandes frigoríficos y la industria alimenticia. El sector mecánico subsidiario de los talleres ferroviarios se distribuía más armónicamente a lo largo del territorio. Bodegas Arizu, Bagley, Molinos Río de la Plata, Canale, Tamet y Siam ya estaban presentes en esta época. Para subrayar la dependencia conviene destacar el hecho de que hubo sectores que crecieron escasamente debido a las relaciones comerciales privilegiadas con Gran Bretaña, como la industria textil. También se vio frenada la minería, ya que los barcos que exportaban cereales y carnes regresaban con carbón inglés. Los años 20 fueron también los de la llegada masiva del capital estadounidense en la actividad frigorífica pero también a través de firmas como IBM, Chrysler y General Motors. En la mayoría de los casos se instalaron con el formato de armadurías para reducir costos de transporte, es decir, como importadoras de piezas y partes.

La ciudad-puerto alojaba a una población numerosa con un buen nivel de ingreso promedio, un mercado apetecible y sofisticado. Jorge Schvarzer, un estudioso del desarrollo de la industria, graficaba el panorama con un ejemplo: Ford abrió en Buenos Aires su segunda oficina fuera de Estados Unidos después de la londinense: ya que en 1929 el parque automotor local era, medido por habitante, similar al estadounidense.

 

Sustitución temprana

El agotamiento del modelo agroexportador se hizo evidente en la segunda mitad de los años 20. Entre 1926 y 1932 los precios de exportación de los productos agropecuarios cayeron 40%, en tanto los precios de las importaciones se mantuvieron estables. Se inició así un freno de los flujos del comercio exterior que se mantuvo a lo largo de toda la década del 30. Luego llegaría la Segunda Guerra Mundial, con lo que se completarían dos décadas de interrupción parcial y total del comercio exterior. Quizá nunca como en estos años la crisis externa se convirtió en oportunidad. La rentabilidad agraria se había desplomado, existía un mercado interno demandante, el ligero desarrollo industrial y la desarticulación económica del interior acumularon mano de obra en las ciudades y había capitales excedentes. Pero faltaban tecnología e insumos. Esta sumatoria de factores moldeó las condiciones de la expansión industrial de la década del 30 y dio lugar a una sustitución inducida por causas externas antes que por una voluntad deliberada.

La expansión productiva se basó en el uso más intensivo de las fábricas existentes. Como se dijo, la importación parcial o total de partes e insumos sustituyó a la de productos terminados. Ya en la crisis, esta fue la base de la tesis de la “sustitución de exportaciones” (2) de los países desarrollados como contrapartida a la sustitución de importaciones local. Como las trabas arancelarias dificultaban las exportaciones de productos terminados, se instalaban fábricas para luego exportarles los insumos y partes. El motor de esta guerra fue la exportación de capitales. A las empresas estadounidenses les siguieron las alemanas. En adelante los requerimientos estatales a los capitalistas extranjeros incluirían el reclamo por una mayor integración de partes locales.

La sustitución temprana desencadenó un auge económico, con ocupación de la mano de obra y alivio externo, en el marco de una nueva convergencia de intereses entre los sectores dominantes locales y los del exterior. Se profundizó el desarrollo de industrias como la del cemento, despegó la industria textil, acompañada por el desarrollo de cultivos industriales como el algodón, y aumentó la producción de otros insumos como tabaco y yerba. En Salta y Mendoza se comenzó a producir petróleo, sumándose a la Patagonia y duplicando la producción total. Frente a la demanda de un parque automotor que rondaba el medio millón de automóviles se instaló la industria del neumático. También llegaron firmas de artefactos eléctricos como Philips y Eveready.

El estallido de la guerra en 1939 significó el corte abrupto de la importación de productos terminados e insumos, como maquinarias, repuestos y carbón. No ocurrió lo mismo con las exportaciones agropecuarias, lo que permitió la mejora de la situación externa y la acumulación de reservas. Parte de la respuesta local fue la utilización intensa de las líneas de producción existentes, con dobles y triples turnos, lo que agravó los problemas de desgaste y obsolescencia tecnológica. Pero el resultado general para la industria fue muy positivo. Entre 1939 y 1945 la producción sectorial creció el 45% y los obreros ocupados el 66%. En 1941 las manufacturas superaron al agro en su aporte al PIB.

 

De la posguerra al desarrollismo

Desde fines de los años 30 el Estado asumió un rol más activo en la promoción industrial. A principios de los 40 creó Fabricaciones Militares (FM), estrategia que reforzó con la estatización de las empresas alemanas, que sobre el fin de la guerra pasaron a ser capital enemigo, y se conformó la Dirección Nacional de Industrias del Estado (DINIE). También se crearon sociedades mixtas en el sector siderúrgico, como Somisa en 1947, y el Estado ingresó a la química Atanor en 1948.

Terminada la Segunda Guerra, los principales desafíos eran evidentes: renovar equipos industriales obsoletos e incorporar ramas básicas todavía ausentes, tarea que ocuparía las décadas siguientes. En el corto plazo, en cambio, se siguió una estrategia defensiva frente a las industrias de los países más desarrollados. En términos de producto industrial, el período 1948-54 fue de virtual estancamiento. La excepción fueron sectores como química, metales, maquinaria y equipo para consumo doméstico y, finalmente, reparaciones. En industrias básicas no se logró avanzar en la producción de acero por dificultades en la importación de equipos. El primer alto horno entraría en funcionamiento recién en 1961.

El problema principal, que se volvería cíclico, era claro: desde 1950 se dejaron de generar las divisas suficientes para incorporar los bienes de capital necesarios para la renovación de equipos. Era la restricción externa, que también significaba problemas con los insumos intermedios. Según la encuesta industrial de 1957, el país importaba en promedio el 22% de los insumos, aunque en metales y maquinarias llegaba al 45% y en el sector alimenticio a sólo el 2%. Para 1954-55 el sector agropecuario estaba estancado por falta de insumos técnicos y algunas sequías. La combinación de estos procesos reforzó la restricción externa.

Pero la industria repuntó en los años siguientes. Al margen de los cambios políticos y sobre la base de una demanda sostenida, entre 1954 y 1958 el PIB industrial creció 40%. El sector más dinámico fue el de maquinaria y equipo. Ya en los últimos años del peronismo comenzó a prevalecer la idea de que la salida era atraer capitales extranjeros. En 1953 se realizaron los primeros acuerdos con Kayser y Fiat que dieron origen a la producción de autos y tractores, se verificó un auge de la producción de artefactos para el hogar y avanzó la sustitución de importaciones en las ramas mecánicas y químicas.

Pero los problemas de fondo durante toda la década, junto con la restricción de divisas, fueron el desgaste y la obsolescencia de los equipos de producción y de la infraestructura, especialmente la escasez de energía eléctrica pero también de los ferrocarriles, la parálisis de obras camineras, las comunicaciones y los puertos.

A partir de 1958, el desarrollismo frondofrigerista se propuso por primera vez en la historia argentina la transformación de la estructura productiva como objetivo explícito. Su diagnóstico fue que los principales problemas eran la carencia de industrias básicas y la insuficiencia de capital, lo que se tradujo en una legislación favorable al ingreso de empresas extranjeras y una promoción industrial activa de sectores específicos. Los resultados fueron dispares: en orden decreciente se destacaron automotores, petroquímica, siderurgia, celulosa y papel e industria naval.

Deteniéndose en el caso más exitoso, se abrió el negocio automotor a las multinacionales pero exigiéndoles un plan de producción a cinco años y la progresiva disminución de la importación de partes. El resultado fue la rápida expansión sectorial, con sus conocidos efectos multiplicadores. La demanda más exigente de las nuevas firmas automotrices significó también el aumento de los estándares de calidad de las empresas locales proveedoras. Para 1964-68 la producción automotriz llegaba a las 180 mil unidades anuales y los insumos locales pasaron del 26% en 1960 al 47 en 1964. La clave de este desarrollo fue la protección del mercado interno. Su contrapartida fue que los precios finales de las unidades locales triplicaban los internacionales, lo que vedaba el acceso al mercado exportador.

Otra de las prioridades para atraer capitales externos fue atacar el déficit comercial a través de la disminución de importaciones de combustibles, un objetivo que se logró hacia el final del gobierno desarrollista gracias al ingreso, muy controvertido en su tiempo, de grandes petroleras internacionales. Más allá del desplazamiento del desarrollismo del poder, muchas de su ideas se plasmarían durante las décadas del 60 y 70.

 

Planificación discreta

La experiencia desarrollista reveló nuevas limitaciones y certezas. La primera fue que los mismos intereses de la industria podían funcionar como trabas a su desarrollo, ya que una vez cristalizados impulsaban mecanismos de control y protección de mercados que impedían la incorporación de tecnologías y la baja de los precios. Esta situación dificultaba la posibilidad de que el sector industrial, en el marco de una economía con restricción externa, generara divisas o al menos redujera su déficit. La segunda certeza fue que el capital extranjero, pasado el shock inicial de la instalación de plantas nuevas, no demostraba un dinamismo superior al del capital local.

Los diagnósticos políticos emergentes fueron dos. Por un lado, la visión más liberal, que sostenía la necesidad de introducir estímulos de mercado para que la industria gane competitividad frente a la competencia extranjera. Por otro, la visión que sostenía que el Estado debía profundizar la planificación. En los años que siguieron prevaleció un mix: el Estado no abandonó la planificación, pero decidió avanzar mediante la “creación” de los estímulos de mercado para desarrollar empresas privadas nuevas en los sectores faltantes.

En este contexto, en 1967 el gobierno militar comenzó a crear los “estímulos de mercado”: estableció retenciones del 25% al agro y reembolsos del 10% a las exportaciones de manufacturas. Además creó el contexto, vía inversión pública, para resolver algunos déficits crónicos de infraestructura energética, transporte y comunicaciones. Se construyeron grandes puentes, caminos y represas hidroeléctricas, como Zárate-Brazo Largo y El Chocón, lo que aumentó la demanda de cemento, acero, asfalto, equipos eléctricos y petroleros. Esta política se profundizó a partir de 1969.

En lo estrictamente industrial, frente a los magros resultados del capital transnacional se optó por la creación de grandes empresas nacionales: Aluar, Papel Prensa, Alcalis de la Patagonia, Petroquímica Mosconi, Hierro Patagónico Sierra Grande. Todas fueron impulsadas para ser puntales de sectores básicos en mercados monopólicos. La opción fue crear o fortalecer empresas de cada rama en lugar de impulsar las ramas en general, como fue el caso automotor bajo el desarrollismo. En base a estas políticas el capital local llegó a dimensiones inesperadas (3): entre 1965 y 1975 el producto industrial creció de manera continua a una tasa del 5 por ciento anual.

 

Desarticulación neoliberal

El período que va de mediados de los 70 a la gran crisis de 2001-2002 es una etapa larguísima de la historia industrial con marchas y contramarchas. A partir de la dictadura se consolidaron algunas ramas industriales monopólicas como la siderurgia, aluminios y petroquímica, todas gestadas durante las décadas anteriores, más algunas vinculadas a ventajas comparativas estáticas, como el sector alimenticio. Durante los 90 también se registró la modernización de algunas plantas e infraestructura.

Sin embargo, el balance general es de retroceso en la participación relativa industrial. ¿Cuál fue la causa de este achique de la industria? Si bien muchos autores enfatizaron el atraso cambiario, esta tesis se encuentra actualmente en discusión. Menos dudas presenta el cambio de precios relativos que desincentivó al sector manufacturero industrial, pasando por lo tarifario, lo arancelario y lo crediticio, junto a la eliminación de la banca de desarrollo e instrumentos clave de promoción, como el “compre nacional”. Los ganadores fueron los sectores monopólicos y los tradicionales de la agroindustria y, especialmente, las finanzas.

Más allá de la discusión de políticas, la estrategia de apertura, desregulación y privatizaciones impulsada en los 90 produjo cambios de fondo. El primero fue un marcado proceso de extranjerización de las principales empresas, lo que incluyó a las plataformas productivas, con disminución en la composición nacional, de la que es ejemplo el siempre protegido sector automotor. El segundo fue la mayor concentración y centralización del capital. El tercero, el abandono casi total por parte del Estado de sectores estratégicos, entre los que se destacaron el energético, proceso que culminó con la privatización de YPF. Finalmente, el cuarto efecto fue el desmantelamiento generalizado de la investigación y desarrollo del área pública, desde viejos laboratorios de YPF, la CONEA o la Fábrica Militar de Aviones.

En este marco, los datos a destacar en términos productivos son que el sector automotor retrocedió en la integración de partes pero siguió impulsando la actividad sectorial, a la vez que las industrias básicas heredadas de la etapa anterior, como la siderurgia, el aluminio, la petroquímica (que se reorientó parcialmente hacia fertilizantes) y el petróleo continuaron su consolidación. Durante este período también se afianzó el complejo oleaginoso. En contrapartida, se destruyó una industria electrónica que había conseguido una alta integración local y se contrajeron ramas tradicionales, como textiles y calzados, y “pesadas”, como los astilleros y las fabricaciones ferroviarias. Aunque al final del ciclo el producto industrial era similar al de 25 años antes, la expresión que mejor describe al período no es el estancamiento, sino la desarticulación.

 

Crecimiento con transformación inconclusa

Seguramente en el futuro no se discutirá el dato duro de que a partir de 2003 la economía y la industria experimentaron uno de los procesos de recuperación más importantes de su historia, apenas interrumpido por la crisis internacional de 2008-09, y que se extendió por lo menos hasta 2011, momento a partir del cual comenzó a operar la restricción externa. Para 2012, el PIB industrial había crecido el 110% desde la crisis de 2001 y el empleo sectorial el 60%. Durante el período, las exportaciones de manufacturas de origen industrial se multiplicaron casi por 4, con un crecimiento del 284%, mientras que las de origen agropecuario aumentaron el 244% (4).

Las ramas de insumos básicos, como aluminio, petroquímica y siderurgia, mantuvieron su buen desempeño, pero también se reactivaron sectores afectados durante el ciclo 1976-2001, como astilleros, metalmecánica, plásticos, bebidas, textiles, química y gráfica. Se impulsaron ramas no tradicionales, como el software, y producciones regionales como la avícola, jugos cítricos y biocombustibles. También se sumaron sectores “nuevos”, como biotecnología y genética, y se registraron avances en agroquímicos, productos farmacéuticos, maquinaria agrícola de precisión y equipamiento médico. Con un activo apoyo estatal se revitalizó el sector nuclear a través de la inauguración de Atucha II, la extensión de Embalse y la producción de agua pesada y enriquecimiento de uranio, además satélites y aeronáutica.

Pero también hubo claroscuros. El dato más crítico fue que no existió un cambio estructural, en el doble sentido de un aumento del peso relativo de la industria en el producto y de resolución del problema cíclico de la restricción externa. Salvo en el período inmediato posterior a la crisis, no se registraron saltos importantes en la participación del PIB industrial sobre el total.

La relevancia estructural y de largo plazo del déficit de divisas demanda detenerse brevemente en los sectores más críticos. El primero es el automotor. En la década del 70 se producían poco menos de 200 mil unidades anuales, pero la integración nacional llegó a ser casi total. Durante la década pasada se produjeron medio millón de unidades en promedio, pero con una integración local que se redujo a menos del 20%. El vuelco importador fue el resultado de un cambio de estrategia de las multinacionales. Desde fines de los 80 se había optado por ampliar la escala del mercado vía la integración económica con Brasil y la construcción de plataformas productivas regionales. Esta nueva estructura, que se extendió también a las proveedoras, se tradujo no sólo en la resignación de ingeniería y capacidades locales, sino en un déficit comercial que, en la década pasada, promedió los 4.200 millones de dólares anuales. Esto hizo que cuanto más creciera la producción más aumentara el déficit. El dato central es que las automotrices locales se volvieron ensambladoras de una plataforma regional que permite a las multinacionales aprovechar los mercados internos altamente protegidos del Mercosur.

El segundo caso, aun más dispendioso, fue el de las armadurías de la electrónica fueguina, cuya integración local escasamente supera el packaging. Allí también unas pocas empresas recibieron subsidios multimillonarios. En 2012 el costo fiscal por cada trabajador ocupado en las ensambladoras fueguinas era de 700 mil pesos anuales. Entre 2010 y 2013 las compras al exterior del complejo pasaron de 2.100 a 4.500 millones de dólares, es decir del 3,7 al 6,1% de las importaciones totales.

En términos generales, para 2010 el rojo de divisas total del sector industrial fue de 6.000 millones de dólares. Para 2011-2013 el desbalance había saltado a más de 13.000 millones anuales. Haciendo foco en 2013, el peor año, se observa que mientras el sector alimenticio realizó un aporte positivo al balance de divisas de 6.300 millones de dólares, el resto generó un déficit de 21.800 millones. De ese rojo, el 38% correspondió a la industria automotriz y el 34% a la electrónica, maquinaria y equipos (5).

La mirada de conjunto muestra que a partir de los 2000 se aprovechó el desendeudamiento público y privado y la abundancia de divisas emergente de los buenos precios internacionales de los commodities para impulsar el consumo. Si bien no existió una planificación sectorial deliberada, hubo señales arancelarias (retenciones) en favor de las manufacturas que no siempre rindieron los frutos esperados. Existió una fuerte protección que, de la mano del consumo, favoreció a sectores como indumentaria. Se mantuvieron los regímenes especiales, como el automotor y la electrónica fueguina, con pocas exigencias y resultados muy deficitarios. Volvió a utilizarse el “compre nacional” para impulsar sectores de alta tecnología, lo que permitió recuperar capacidades tecnológicas propias en el área nuclear y satelital.

En infraestructura el avance fue relativo. El déficit vial quedó pendiente y las inversiones en ferrocarriles se demoraron hasta el final del período. Lo mismo puede decirse de la tardía recuperación de YPF y de la falta de transformación de la matriz energética, que profundizó su dependencia de los hidrocarburos y contribuyó fuertemente a la restricción externa partir de 2012. La inversión pública no estuvo a la altura del crecimiento alcanzado.

Estos datos permiten adelantar unas pocas conclusiones muy generales.

En primer lugar, con el crecimiento no alcanza. Toda la experiencia local desde los inicios de la industrialización sustitutiva parece gritar que sin la conducción y la planificación del Estado no hay desarrollo, entendido como transformación cualitativa de la estructura productiva para alejar la restricción externa. Prácticamente no existen sectores industriales que hayan surgido por señales de mercado o como consecuencia espontánea del crecimiento.

Pero al mismo tiempo, como demuestran las experiencias de la industria automotriz y las armadurías de electrónica fueguina, el Estado también puede hacer muy malas elecciones: deficitarias, sumamente costosas y con nulo o casi nulo efecto multiplicador.

Finalmente, no es posible pensar integralmente la economía ni los sectores manufactureros sin proponerse contribuir también a alejar la restricción externa. Las industrias que no pueden reducir su déficit en divisas son inviables en el largo plazo, por lo que la creación de empleo en el corto no resulta un argumento estable para justificarlas. La función de la industria es crear riqueza y reducir su déficit de divisas, es decir, crecimiento con estabilidad de largo plazo.

El presente

El crecimiento de los doce años de kirchnerismo acumuló tensiones que se agudizaron con la reaparición de la restricción externa a partir de 2011. En perspectiva histórica volvió a verificarse el dato fáctico de que el déficit de divisas suele ser acompañado por un cambio de régimen económico, en este caso marcado por el ascenso de Mauricio Macri. El problema a analizar reside en la naturaleza del ajuste subsiguiente. Siempre haciendo foco en las manufacturas y dejando de lado los juicios de valor, pueden tomarse como fuente los datos conocidos, que son dos.

El primero, externo, es un ciclo internacional con presiones liberalizadoras en el que los principales núcleos dinámicos tienden a cerrarse sobre sí mismos. Estados Unidos evalúa procesos de reshoring, es decir, de recuperar fronteras adentro procesos productivos que había exportado en la búsqueda de reducir costos de mano de obra. China, en tanto, nunca dejó de avanzar en su integración productiva: así como integró su siderurgia, lo mismo hace con el resto de los sectores. Hoy, por ejemplo, ya importa más porotos de soja que aceite. Resulta cada vez más difícil pensar dónde están las complementariedades míticas de las “cadenas globales de valor”.

El segundo dato es interno. El énfasis discursivo del nuevo gobierno se centra en la competitividad y la apertura más o menos gradual “al mundo”, es decir al orden neoliberal y financiero. Si bien no cree en los instrumentos tradicionales de la política industrial, sí estableció señales de mercado para algunos sectores con ventajas competitivas estáticas: la agroindustria, la minería y la energía, para las que eliminó retenciones y subió precios en boca de pozo. También generó condiciones favorables para el giro de utilidades de las firmas multinacionales.

En este escenario es posible predecir que, si se logra estabilizar la macroeconomía, florecerán las industrias vinculadas a estos sectores tradicionales, como la química que produce fertilizantes. Firmas tecnológicas como INVAP ya comienzan a pensar en la reconversión a las energías renovables o en la provisión de equipamiento para la industria petrolera. No está claro si se seguirán exportando reactores, pero para el sector nuclear será mejor reorientarse a las áreas médicas. Al igual que durante el ciclo de desarticulación neoliberal, las industrias básicas monopólicas creadas en los 60 y 70 no enfrentarán mayores turbulencias bajo el gobierno del PRO. Lo mismo ocurrirá con sectores asentados y con mercado interno protegido, como la industria farmacéutica. Seguramente sectores altamente deficitarios, como el automotor, se verán compelidos a realizar un ajuste por la caída de la demanda. La subsistencia del régimen fueguino seguirá dependiendo de lo que siempre dependió: su capacidad de lobby. Las ramas intensivas en mano de obra, menos productivas por definición, como textil y calzado, se contarán entre las más afectadas.

En términos generales se reducirá la industria liviana, se mantendrá la básica y podrían retroceder el conjunto de experiencias, saberes e instituciones que integran el sistema nacional de innovación. No está claro todavía si en algún momento el desarrollo de la infraestructura a través del impulso a la obra pública, que tracciona muchos sectores, se convertirá en realidad. Tampoco si habrá una transformación que permita alejar el horizonte de restricción externa. Por ahora, el presupuesto elaborado por el gobierno prevé la continuidad del déficit comercial, lo que supone una dependencia inestable de los capitales internacionales. En este contexto, las únicas estrategias que resultan claras son el endeudamiento externo y la espera al ingreso de capitales que refuercen los sectores tradicionales. Mirando la historia, no es difícil intuir que la economía y la industria local se desenvolverán nuevamente en el marco conocido del desarrollo dependiente.

 

1. Adolfo Dorfman, Historia de la industria argentina, Losada, Buenos Aires, 1942.

2. Jorge Schvarzer, “Los avatares de la industria argentina”, Todo es Historia N°124, Buenos Aires, septiembre de 1977.

3. Jorge Schvarzer, “La industria argentina: un cuarto de siglo (1955-1980)”, El país de los argentinos N°181, CEAL, Buenos Aires, 1980.

4. Diego Coatz y Bernardo Kosacoff, “Industria argentina. Nueva base, nuevos desafíos”, Voces en el Fénix N°16, Buenos Aires, julio de 2012.

5. Matías Kulfas, Los tres kirchnerismos. Una historia de la economía argentina 2003-2015, Siglo XXI Editores, Buenos Aires, 2016.

 

© Le Monde diplomatique, edición Cono Sur

 http://www.eldiplo.org/archivo/208-la-industria-en-peligro/la-industria-que-supimos-conseguir?token=&nID=1

  

 

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