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  • La liberalización comercial se estancó, y es mejor así

Dejemos en paz a los muertos vivientes

 La liberalización comercial se estancó, y es mejor así

 

Por Paul Krugman*, Revista Finanzas y Desarrollo, FMI, Diciembre 2016 

* Profesor Distinguido de Economía del Centro de Graduados de la Universidad de la Ciudad de Nueva York.

 

LA GLOBALIZACIÓN está asediada por populistas de izquierda y derecha que denuncian los tratados en ciernes, como el Acuerdo Estratégico Transpacífico de Asociación Económica (TPP) y el Acuerdo Transatlántico sobre Comercio e Inversión. Mucho de lo que dicen no tiene sentido. Pero hay razones de peso que explican por qué la globalización parece estar trastabillando, y para volver a la normalidad no basta con echarle la culpa a las malas condiciones económicas.

Diría que el quid del asunto es que siempre hubo gran discordancia entre el compromiso retórico de los economistas y las élites con la liberalización comercial y el mensaje concreto derivado de los modelos econó-micos. Sí, la teoría dice que el comercio internacional enriquece a los países y que coartarlo los empobrece. Pero también indica que, salvo que sea extremo, el proteccionismo tiene costos relativamente bajos, y que el comercio puede incidir mucho en la distribución del ingreso de un país, y crear perdedores y ganadores.

 ¿Por qué entonces la liberalización comercial ha sido tan aplaudida por los economistas y las élites políticas? En el caso de los economistas, sospecho que se debe a lo ingenioso que es el concepto de la ventaja comparativa; es la idea que Paul Samuelson presentó como perfecto ejemplo de que las conclusiones que son tan verdaderas como no evidentes se ganan un lugar especial en los corazones de los economistas (véase “Reencarrilar el comercio”, en esta edición de F&D). En cuanto a las élites, sospecho que influye mucho que el sistema comercial de la posguerra sea un ejemplo singularmente bueno de la cooperación mundial. Esto explica el gran interés por la libe-ralización entra la gente que va a Davos y habla con propiedad de los asuntos mundiales.

Además, por mucho tiempo, desde la década de 1940 hasta la década de 1980 la liberalización comercial marchó sobre ruedas. Los perdedores en este proceso no eran ni muchos ni muy visibles, sobre todo porque gran parte del crecimiento correspondía a flujos intrasectoriales entre países similares, con mínimo efecto en la distribución.

Pero alrededor de 1990, la historia dio un giro. Un par de razones —los menores costos del transporte y la comunicación (ilustrados por la revolución de los buques de contenedores) y el abandono masivo de las políticas de sustitución de importaciones por parte de las economías en desarrollo— han dado un gran impulso al comercio norte-sur, es decir, el comercio entre países con niveles muy diferentes de desarrollo y de salarios. Aun así, este comercio mejora el ingreso real de ambas partes, pero ha tenido un efecto mucho mayor en el empleo industrial y, posiblemente, en la distribución del ingreso entre mano de obra y capital, que el crecimiento comercial de 1950 a 1980. Las exportaciones chinas realmente desplazaron a millones de empleos fabriles estadounidenses; las importaciones provenientes de economías en desarrollo son una razón importante, aunque no exclusiva, del estancamiento o la baja de los salarios de los trabajadores menos calificados.

Como mostró Branko Milanović, el efecto global fue de grandes beneficios para la clase media del mundo en desarrollo y el 1% más rico del mundo, y un gran hundimiento en el medio, representado por la clase trabajadora de las economías avanzadas. Desde la perspectiva del bienestar mundial, esto es positivo: el aumento del ingreso de cientos de millones que antes eran muy pobres importa mucho. Pero no es consuelo para los trabajadores del primer mundo, cuyas vidas más bien se han complicado.

Ante esta realidad, es raro que la reacción contra la globalización haya demorado tanto, y que sus efectos hayan sido tan leves. Muchos previeron un retorno al proteccionismo tras la Gran Recesión, pero la verdad es que las restricciones comerciales no se han materializado, al menos por ahora.

Lo real es que la marcha hacia la liberalización del comercio y la inversión parece haberse estancado. De hecho, ya estaba perdiendo ímpetu antes de la Gran Recesión, por no hablar de Donald Trump: hace tiempo que la Ronda de Doha es un muerto viviente.

¿Debe inquietarnos que este camino llegue a su fin? Diría que no. En términos históricos, el comercio ya se liberalizó notablemente, y los acuerdos como el TPP son más sobre propiedad intelectual y solución de diferencias que sobre comercio en sí. No es una tragedia si no se concretan.

Una guerra comercial mundial —con efectos devastadores para países pobres que dependen de exportaciones de uso intensivo de mano de obra— sería, desde luego, otro cantar. Pero si podemos evitar ese vuelco, lo mejor sería tratar a la globalización como un proyecto más o menos terminado, y dejar de insistir sobre el tema.

 

 

 

 

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