Instituto de Estudios de las Finanzas Públicas Americanas

El desafío de asumir realidades y cumplir con lo prometido en campaña

“Es el hartazgo, estúpido”

Por Raúl E. Roa (*)

 

 

La famosa frase “Es la economía, estúpido”, utilizada originalmente en la victoria electoral de Clinton sobre Bush en 1992, se ha convertido en un símbolo del énfasis que se pone en los más diversos asuntos que se consideran esenciales para acceder o permanecer en el poder. Bush, gracias a su política exterior, había llegado a la etapa pre-electoral con el 90% de popularidad y aceptación ciudadana pero subestimó el problema económico interno y perdió las elecciones.

A veces resulta difícil de comprender la lógica de los profesionales de la política: ¿desconocen las prioridades de los ciudadanos? Imposible. Entonces, ¿Por qué razón subestiman sistemáticamente su inteligencia ya sea negando realidades o incumpliendo las promesas electorales?

Para no ir más lejos en el tiempo, digamos que desde el retorno de la democracia en 1983, distintos gobiernos, de diferente signo ideológico, se han sucedido en el poder con dispares resultados y con –por lo menos- una dificultad común: cierta incapacidad (por error, omisión o evaluación de una relación de fuerzas adversa) para dar respuesta a evidentes problemáticas colectivas y cumplir sus más importantes promesas.

Iniciamos el camino democrático más largo de la historia Argentina con el discurso que sostenía que “con la democracia se come, se educa, se cura…” pero terminamos en un proceso hiperinflacionario y la entrega del gobierno anticipada; más tarde, el giro a la derecha bajo la promesa de la “revolución productiva” culminó con un proceso de desindustrialización y niveles de desempleo y pobreza inéditos en nuestro país; a posteriori elegimos el centro (del espectro ideológico) con el objetivo de “acabar con la corrupción” aunque más bien la corrupción terminó con el gobierno, Banelco y coimas en el Senado de la Nación mediante. Finalmente giramos a la izquierda con el juramento de acabar con “la vieja política” para recibir nuevamente a la inflación incontrolada, a la falta de estadísticas oficiales, y postular “la sensación de inseguridad”.

Nadie puede pensar que gobernar un país sea fácil. El arte de la política, del manejo de la cosa pública, es canalizar aquellos conflictos que resultan imposibles evitar. Está claro que toda medida política prioriza intereses, valores y/o creencias de unos sectores en desmedro de otros; y con ello, genera ganadores y perdedores. Y obviamente conflictos. Esto es así, forma parte de las reglas de juego de toda democracia.

Pero una cosa es establecer prioridades, que deben quedar claras en la definición del proyecto de país que cualquier partido político presenta a sus potenciales electores. Y otra cosa, muy diferente, es decir una cosa y hacer otra.

El nuevo gobierno se ha planteado para sí mismo el desafío de la normalidad, puntualizada, por sus propios integrantes, en ejemplos tales como tener una inflación de un dígito, recuperar ciertos niveles de seguridad ciudadana, tener una educación pública con estándares de calidad reconocidos internacionalmente, volver a una política exterior con mayor protagonismo de las relaciones con Estados Unidos y Europa.

Vale resaltar que también se cuenta entre las numerosas promesas, la eliminación de los personalismos y la toma medidas consensuadas, manteniendo canales de diálogo permanentes con los diversos sectores políticos.

Todos estos objetivos han sido expuestos a la sociedad en el marco de una ética del progreso a partir del esfuerzo individual de las personas o las familias, quedando el Estado como garante de la igualdad de oportunidades a los ciudadanos para que luego cada uno llegue hasta donde quiera o hasta donde pueda.

Como ciudadanos deberíamos alertar a los profesionales de la política- y sus geniales y multimillonarios asesores- que ya conocemos todos los mensajes subliminales de la derecha, de la izquierda, del centro y de todas las variantes del abanico ideológico.

Quienes triunfaron en las última contienda electoral acertaron en la interpretación del humor de gran parte del electorado, que bien podría sintetizarse en la frase “Es la normalidad, estúpido”.

Ahora, para tener presente lo que ella significa y exigir al gobierno que no se aparte de sus premisas, los ciudadanos deberíamos trascender los límites de la charla de café y la crítica twittera para comprometernos en una verdadera participación en las múltiples instancias que la democracia habilita: presupuesto participativo, audiencia pública, recolección de firmas para realizar peticiones a los cuerpos legislativos, etc. En definitiva, ser capaces de generar una nueva cultura política en la cual se ponga en un primer plano el control colectivo de la gestión pública.

Ya que por suerte se ha reivindicado la necesidad de realizar auditorías en el sector público, todos los argentinos deberíamos tener presente que ninguna es más relevante y significativa que la auditoría ciudadana permanente de nuestros representantes. No sólo es nuestro derecho, también es nuestra responsabilidad.

Así, tal vez de esta manera podamos evitar que en las próximas elecciones la frase célebre sea:

“Es el hartazgo, estúpido”

(*)El Dr. Raúl E. Roa es Contador Público Nacional, Licenciado en Administración de Empresas y Magister en Tributación de la Universidad de Barcelona. Preside el Instituto de Estudios de las Finanzas Públicas Argentinas. raulroa@iefpa.org.ar

 

 

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