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  • La reforma tributaria debe servirle a todos en EE.UU.

La reforma tributaria debe servirle a todos en EE.UU.

 

El Cronista, martes 22 de agosto

 

Tras un completo fracaso legislativo en el área de salud, la salida de funcionarios clave de la administración, la designación de un consejo especial para investigar la intromisión de Rusia en las elecciones de 2016 y de la pésima respuesta frente a la manifestación de los supremacistas blancos en Virginia, la administración Trump es un barco a la deriva en el alta mar político. Y eligió como bote salvavidas a la reforma impositiva.

Con eso el presidente espera garantizarse un gran logro legislativo y reconstruir relaciones con su partido. ¿Deberían los norteamericanos patrióticos tener la esperanza de que los impuestos permitan a Trump volver a tierra firme? Mucha gente, incluyendo a algunos republicanos, quieren que la Oficina Oval siga aislada, sin dirección e ineficiente hasta que llegue un nuevo ocupante.

Sin embargo, la reforma tributaria es un caso difícil hasta para los detractores del presidente. El país necesita con urgencia una reforma a su código fiscal. La alícuota relativamente elevada que pagan las empresas y el tratamiento que se le da a las ganancias generadas en el exterior hacen que EE.UU. sea menos competitivo, y algunos tecnicismos permiten que se escurran ingresos que el país realmente necesita.

Hay cierto consenso bipartidista sobre la idea básica de que la nación debe bajar alícuotas y ampliar la base imponible, y que es necesario llegar a alguna forma de acuerdo sobre la repatriación de ganancias. Hay margen de discusión para ideas tan extremas como limitar la deducción impositiva de los intereses o los planes de salud patrocinados por el empleador.

Sin embargo, el problema es que incluso cuando ampliando la base imponible claramente se estuviera beneficiando al país en su totalidad, siempre hay grupos que se verían perjudicados y combatirán la reforma. El presidente Ronald Reagan pudo hacer aprobar las reformas tributarias hace tres décadas en parte porque tenía suficiente popularidad para brindar protección política a legisladores que eran blanco de los partidos más afectados. El mandato de Trump es mucho menos estable. Además, no tiene mucho tiempo. Si los esfuerzos en torno a la reforma se extienden hasta el año próximo, podrían quedar a la deriva debido a las elecciones de mitad de término en noviembre.

Frente a esta situación, hay temor de que una administración desesperada intente obtener una victoria rápida: un recorte de impuestos sin ninguna compensación que permita elevar los ingresos. Eso no sólo aumentaría el déficit del gobierno, sino que no será una reforma, propiamente dicha. Para conseguir que ese plan supere las tácticas obstruccionistas de los demócratas tendría que aprobarse mediante un proceso de acuerdo presupuestario, que a su vez requería que sean temporarios esos recortes de impuestos que subirán el déficit.

Los recortes de impuestos no financiados pueden brindar un estímulo a la demanda temporario, pero hay pocas razones para creer que esto sea más que temporario. La noción de que ellos "se pagan solos" subiendo el crecimiento a largo plazo quedó desacreditada por la misma historia.

Hay otro riesgo a que sea una reforma "así nomás". Podría llevar a tasas de interés más altas si la Reserva Federal le ve potencial inflacionario o el mercado la ve como fiscalmente irresponsable. Los precios de bonos y acciones están equilibrados a niveles históricamente elevados. Si las valuaciones de los activos se revierten hacia el promedio, el resultante efecto negativo sobre riqueza podría compensar el estímulo temporario que brinde un recorte de tasa.

Los fracasos del presidente no deberían ser un obstáculo si él hace una propuesta sustancial en el área tributaria. Pero si la propuesta responde a los peores instintos económicos de su partido, el electorado debería permitir que se hunda bajo las olas. La reforma debería diseñarse para que ayude al país, no para que salve al presidente.

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